lunes, 6 de abril de 2020

El arte de extrañarte

Suspiro cada vez que te pienso,
y te pienso cada vez que te siento,
y te siento cada vez más. 

Mi cuerpo se acostumbra a tu calor.
Mis manos se amoldan a tu figura.
Mi respiración y la tuya se han vuelto una.

Mi boca se clava en tu cuello.
Mis ojos procuran encontrar
cada lunar que decora tu piel.

Tus brazos se convierten en mi refugio
y los míos en el tuyo.

Vestimos con soltura las sonrisas
que nos provocamos al mirarnos, 
esas que combinan a la perfección
con los ojos iluminados por el amor
que está germinando.

Intento comprender
cómo es posible que pueda perderme
por horas en esos pequeños hoyuelos
que residen a las afueras de tus labios,
al tiempo que somos capaces de imaginar
nuestra vida en el espacio.

Mientras tanto, el tiempo, 
tan astuto como siempre,
se escapa, se escurre,
se pierde, se cuela...
entre los dedos, los besos, 
los abrazos, las caricias; 
entre lo que decimos 
y lo que callamos, 
entre lo que sentimos
y lo que vivimos;
entre las miradas, 
entre los te quiero,
entre la tinta, entre los deseos,
entre tus ojos y los míos, 
entre mis labios y los tuyos,
entre los hoyuelos y los susurros;
entre vos y yo,
entre nosotras,
entre las dos.

Entonces,
te das media vuelta 
y continúas tu camino
y el silencio llega detrás de ti, 
mientras que tu ausencia 
me arrulla entre sus brazos
y carcome cada parte de mi ser,
a los efectos de enseñarme,
con toda la calma
y sin prisa alguna,
el arte de extrañarte.

La rutina cambia.

Recorro los rincones 
donde acostumbrás bailar,
a fin de encontrar algo de paz.

Me tumbo en la cama
y abrazo tu almohada 
para impregnarme de tu esencia.

Repaso nuestras conversaciones
y las risas inundan la habitación.

Hago una lista de aquellas cosas
que anhelo contarte cuando llegue
el momento de descolgar el teléfono.

Pienso en quinientas formas diferentes
de provocarte una sonrisa
para hacerte olvidar la pena
que se extiende en tu pecho, 
y al hacerlo desaparezco
la que se esconde en el mío.

Compro tus flores favoritas
y las mezclo con las mías,
pues al final acaban siendo de las dos.

Lleno la despensa 
para preparar juntas 
nuestros platillos favoritos 
cuando estés de vuelta.

Vigilo sigilosamente el reloj,
a fin de cerciorarme
que no se tarde más de lo debido
y que no haga más larga la espera.

Sonrío al pensarte,
te pienso al recordarte,
te recuerdo al sentirte,
te siento al vivirte,
te vivo al quererte,
te quiero al...

Y así, 
sin más,
me hacés volar,
sin siquiera estar,
sin decir palabra alguna,
sin pronunciar mi nombre,
sin mirarme con deseo infernal,
sin siquiera hacerme salir de la cama.

Y así, 
sin más, 
te hacés presente,
me llenás la cara de flores,
me teñís el cabello de colores,
me multiplicás las ganas de vivir,
me mordés cada uno de mis caparazones,
me despedazás cualquier indicio de tristeza,
me enseñás que tu ausencia no implica agonía.

Entonces, 
reparo en que cuando no estás
tengo la oportunidad de valorar, 
aún más, 
lo que tenemos.

Entiendo que tu ausencia 
no significa más soledad,
sino que implica 
dejarme abrazar por los recuerdos
e impulsarme a construir nuevos sueños.

Entiendo que la distancia 
no significa lejanía,
sino que es una oportunidad
de cerrar los ojos,
de sentirte,
vivirte y
ser.

Entiendo que, si bien el amor se compone
de los instantes compartidos, 
no menos cierto es que también se nutre
de lo que se siente cuando
no hay cuerpos de por medio.

Y yo
por vos 
lo siento todo.

Entiendo que quererte de verdad
significa encontrar armonía 
entre tu ausencia y tu presencia 
y que al final lo que importa
no es si estás o no,
sino sentirte muy dentro de mí.

Y yo
a vos
te siento
muy dentro.

Joselyn Brenes Morales
6 de abril de 2020