“Un nuevo día se asoma y el sol
se cuela entre las ventanas.
Los párpados me pesan y no quiero
salir de la cama.
La alarma había sonado tres
veces,
y las tres veces el silencio la
había vencido…
Yo sólo deseaba quedarme el día
entero durmiendo, perdiendo, siendo…
Sin embargo, como un pequeño
destello mental,
su imagen invadió mis
pensamientos.
No podía quedarme ahí adentro,
no si existía la posibilidad de
encontrarla durante el día.
Salté de la cama y seguí
religiosamente mi rutina:
café, ducha, café, ropa, café, dientes…
Puse un libro en el bolso,
no vaya a ser que el aburrimiento
aparezca de imprevisto sin llamar a la puerta.
Tomé el autobús, y recorrí de uno
en uno los asientos:
no estaba…
Fue una primera derrota…
A veces la encontraba ahí,
con la mirada pérdida,
con la atención puesta en la
gente,
excepto en mí…
La esperanza comenzó a
abandonarme,
pues la seguridad no era exactamente
mi fuerte…
La monotonía del viaje
hizo que no fuera necesario
mirar el camino
para saber que había llegado.
Crucé el parque sin buscarla.
No hacía falta tener los ojos
abiertos,
pues era capaz de encontrarla a
partir de la emoción
que solía provocarme cada vez que
estaba cerca.
Me senté en la banca, al lado del
café.
Desde ahí lograba verla cuando
decidía mostrar su arte al público,
a cambio de una sonrisa.
Nunca me he acercado a su puesto,
no podría pagar el precio…
Los minutos comenzaron a
transcurrir
y yo me perdí entre las letras.
Una página tras otra se fue
quedando atrás,
recordándome en silencio que hoy tampoco será.
Una sombra me envolvió,
obligándome a separar la vista
del libro,
a salir del abismo,
a abandonar el refugio,
a abandonarme…
Ahí estaba ella,
con su cabello revuelto
cubriéndole el rostro:
sonriendo, viviendo, siendo…
Me congelé al verla.
¿Qué hace aquí?
Había planeado miles de
conversaciones durante el último año,
pero el tenerla ahí,
a escasos centímetros,
hizo que eso dejara de
importarme.
Me saludó
como si nos hubiéramos conocido
hace mucho tiempo,
aunque la verdad es que era así.
No hace falta intercambiar
palabras para conocer a alguien,
basta sentirlo,
basta vivirlo…
Yo le sonreí,
con la sonrisa más pura;
y ella me devolvió la pureza,
o la sonrisa…
Me dijo que me había visto desde
el otro lado de la calle
y que no pudo evitar venir a
saludarme.
“¿Me has estado vigilando?”
Le pregunté sin notar que era yo
quien lo hacía.
Su mirada de pánico me alarmó,
pero cuando puse mi mano sobre la
suya todo se apagó:
la ansiedad,
el sonido,
el temor,
el dolor,
yo…
Nuestras miradas se sostuvieron
por dos largos segundos,
minutos, u horas…
Perdí la noción del tiempo cuando
la escuché reírse de mis chistes
e invitarme a un café.
Me confesó que desde hace mucho
tiempo deseaba tomar un café conmigo,
y que por más que intentaba
animarse para invitarme a uno,
no lograba vencer su timidez.
“¿Timidez?”
Inquirí automáticamente,
y le expliqué de nueve formas
diferentes
que ella no podía considerarse
tímida…
Sentí paz al poderle expresar lo
que sentía…
El café se acabó,
la tardé terminó,
pero nuestra historia continuó.
Me pidió que la acompañara en el
camino de vuelta a casa,
y cuando estábamos cerca del
metro se desvió,
pues resulta que le gusta caminar
por la noche.
Era un sueño hecho realidad,
o una realidad sacada de un
sueño:
ella, yo, la noche, el café, las
risas…
Ella y yo, dejando los miedos
atrás, hechos trizas...
Se sorprendió cuando le dije que
también había querido hablarle
y que nunca había podido
acercarme a ver su arte por temor a no gustarle.
“¡Estás loca!” fue su respuesta.
Me tomó de la mano para obligarme
a caminar más de prisa,
pues quería retratarme antes de
que acabara el día;
y yo la seguí sin chistar,
pues a ella le podría confiar la
vida.
Le dije que le había escrito
cientos de cartas,
y cuando insistió en querer
leerlas,
le recité de uno en uno mis
poemas…
Ella calló, yo hablé…
Ella trazó, yo posé…
Una cerveza en el bar de la
esquina fue la siguiente excusa.
El sonido de su voz fue el
entremés,
nuestras historias de vida el
plato fuerte,
y sus labios el postre que
siempre deseé.
Haber salido de la cama valió la
pena,
y desde entonces cada vez que el
despertador suena
mi día comienza.”
Joselyn Brenes
Enero 2017