Como
si fueras dos te miraba.
Te
miraba y te miraba, y veía dos, no una, no, dos.
Veía
dos, porque sos dos.
Estás
vos y otra vos.
Mientras
un pedacito tuyo me sonreía, el otro me expresaba su dolor.
¿Qué
pensar? Me preguntaba sin saber qué responder, sin saber nada.
Una
parte tuya me miraba con temor.
Parecía
que estabas llena de heridas, colmada de fuertes traumas que te corrompen el
ser y el alma.
La
otra parte tuya me miraba con curiosidad, con esa curiosidad que se tiene del
porvenir, del qué será.
Y
me pregunto: ¿qué pensar?
Y
tus ojos, tus ojos demuestran que sos dos, que sos vos.
Uno
de ellos está oscuro, cubierto de sombras, empapado del pasado que ha visto,
que ha vivido.
El
otro está iluminado, brillando con luz propia, impaciente por desentrañar lo
que deparará el futuro, el destino.
Y
me pregunto: ¿qué pensar?
Y
de repente, tu cabello cae por tu rostro cubriéndote aún más el lado oscuro,
como si deseara que te dejara de observar, como si deseara que dejara de
intentar verte, de desnudar tu alma, de conocer tu ser.
Pero
el otro lado, el otro lado estaba al descubierto, llamándome a gritos para que
fuera a su encuentro, para que le tendiera mi mano, para que impidiera que se
dejara vencer.
Y
te vi los labios... ahí estaban esos dos promotores de la más dulce adicción...
y me perdí en ellos...
Pero
volví a ver tus ojos y de nuevo no supe qué pensar.
Y
encontré tu herida, aquella que me mostraste la otra noche, y aunque imaginé
que estaría en tu lado oscuro, desconocido, reservado, privado..., resulta que
me equivoqué.
Esa
cicatriz, expresión de vida, está en tu lado iluminado, ese que espera sentir,
ese que espera ser, y que es.
Y
por fin supe la respuesta: vos no sos dos, solo sos vos.
Y
con vos no hay que pensar, porque la lógica es ilógica y la locura es realidad.
Joss Brenes, 7
de marzo de 2017