Suspiro
cada vez que te pienso,
y
te pienso cada vez que te siento,
y
te siento cada vez más.
Mi
cuerpo se acostumbra a tu calor.
Mis
manos se amoldan a tu figura.
Mi
respiración y la tuya se han vuelto una.
Mi
boca se clava en tu cuello.
Mis
ojos procuran encontrar
cada
lunar que decora tu piel.
Tus
brazos se convierten en mi refugio
y
los míos en el tuyo.
Vestimos
con soltura las sonrisas
que
nos provocamos al mirarnos,
esas
que combinan a la perfección
con
los ojos iluminados por el amor
que
está germinando.
Intento
comprender
cómo
es posible que pueda perderme
por
horas en esos pequeños hoyuelos
que
residen a las afueras de tus labios,
al
tiempo que somos capaces de imaginar
nuestra
vida en el espacio.
Mientras
tanto, el tiempo,
tan
astuto como siempre,
se
escapa, se escurre,
se
pierde, se cuela...
entre
los dedos, los besos,
los
abrazos, las caricias;
entre
lo que decimos
y
lo que callamos,
entre
lo que sentimos
y
lo que vivimos;
entre
las miradas,
entre
los te quiero,
entre
la tinta, entre los deseos,
entre
tus ojos y los míos,
entre
mis labios y los tuyos,
entre
los hoyuelos y los susurros;
entre
vos y yo,
entre
nosotras,
entre
las dos.
Entonces,
te
das media vuelta
y
continúas tu camino
y
el silencio llega detrás de ti,
mientras
que tu ausencia
me
arrulla entre sus brazos
y
carcome cada parte de mi ser,
a
los efectos de enseñarme,
con
toda la calma
y
sin prisa alguna,
el
arte de extrañarte.
La
rutina cambia.
Recorro
los rincones
donde
acostumbrás bailar,
a
fin de encontrar algo de paz.
Me
tumbo en la cama
y
abrazo tu almohada
para
impregnarme de tu esencia.
Repaso
nuestras conversaciones
y
las risas inundan la habitación.
Hago
una lista de aquellas cosas
que
anhelo contarte cuando llegue
el
momento de descolgar el teléfono.
Pienso
en quinientas formas diferentes
de
provocarte una sonrisa
para
hacerte olvidar la pena
que
se extiende en tu pecho,
y
al hacerlo desaparezco
la
que se esconde en el mío.
Compro
tus flores favoritas
y
las mezclo con las mías,
pues
al final acaban siendo de las dos.
Lleno
la despensa
para
preparar juntas
nuestros
platillos favoritos
cuando
estés de vuelta.
Vigilo
sigilosamente el reloj,
a
fin de cerciorarme
que
no se tarde más de lo debido
y
que no haga más larga la espera.
Sonrío
al pensarte,
te
pienso al recordarte,
te
recuerdo al sentirte,
te
siento al vivirte,
te
vivo al quererte,
te
quiero al...
Y
así,
sin
más,
me
hacés volar,
sin
siquiera estar,
sin
decir palabra alguna,
sin
pronunciar mi nombre,
sin
mirarme con deseo infernal,
sin
siquiera hacerme salir de la cama.
Y
así,
sin
más,
te
hacés presente,
me
llenás la cara de flores,
me
teñís el cabello de colores,
me
multiplicás las ganas de vivir,
me
mordés cada uno de mis caparazones,
me
despedazás cualquier indicio de tristeza,
me
enseñás que tu ausencia no implica agonía.
Entonces,
reparo
en que cuando no estás
tengo
la oportunidad de valorar,
aún
más,
lo
que tenemos.
Entiendo
que tu ausencia
no
significa más soledad,
sino
que implica
dejarme
abrazar por los recuerdos
e
impulsarme a construir nuevos sueños.
Entiendo
que la distancia
no
significa lejanía,
sino
que es una oportunidad
de
cerrar los ojos,
de
sentirte,
vivirte
y
ser.
Entiendo
que, si bien el amor se compone
de
los instantes compartidos,
no
menos cierto es que también se nutre
de
lo que se siente cuando
no
hay cuerpos de por medio.
Y
yo
por
vos
lo
siento todo.
Entiendo
que quererte de verdad
significa
encontrar armonía
entre
tu ausencia y tu presencia
y
que al final lo que importa
no
es si estás o no,
sino
sentirte muy dentro de mí.
Y
yo
a
vos
te
siento
muy
dentro.
Joselyn Brenes Morales
6 de abril de 2020