jueves, 2 de febrero de 2017

Despertador

“Un nuevo día se asoma y el sol se cuela entre las ventanas.
Los párpados me pesan y no quiero salir de la cama.

La alarma había sonado tres veces,
y las tres veces el silencio la había vencido…
Yo sólo deseaba quedarme el día entero durmiendo, perdiendo, siendo…

Sin embargo, como un pequeño destello mental,
su imagen invadió mis pensamientos.
No podía quedarme ahí adentro,
no si existía la posibilidad de encontrarla durante el día.

Salté de la cama y seguí religiosamente mi rutina:
café, ducha, café, ropa, café, dientes…
Puse un libro en el bolso,
no vaya a ser que el aburrimiento aparezca de imprevisto sin llamar a la puerta.

Tomé el autobús, y recorrí de uno en uno los asientos:
no estaba…
Fue una primera derrota…

A veces la encontraba ahí,
con la mirada pérdida,
con la atención puesta en la gente,
excepto en mí…

La esperanza comenzó a abandonarme, 
pues la seguridad no era exactamente mi fuerte…

La monotonía del viaje
hizo que no fuera necesario
mirar el camino
para saber que había llegado.

Crucé el parque sin buscarla.
No hacía falta tener los ojos abiertos, 
pues era capaz de encontrarla a partir de la emoción
que solía provocarme cada vez que estaba cerca.

Me senté en la banca, al lado del café.
Desde ahí lograba verla cuando decidía mostrar su arte al público,
a cambio de una sonrisa.
Nunca me he acercado a su puesto,
no podría pagar el precio…

Los minutos comenzaron a transcurrir
y yo me perdí entre las letras.
Una página tras otra se fue quedando atrás,
recordándome en silencio que hoy tampoco será.

Una sombra me envolvió,
obligándome a separar la vista del libro,
 a salir del abismo,
a abandonar el refugio,
a abandonarme…

Ahí estaba ella,
con su cabello revuelto cubriéndole el rostro:
sonriendo, viviendo, siendo…

Me congelé al verla.
¿Qué hace aquí?

Había planeado miles de conversaciones durante el último año,
pero el tenerla ahí,
a escasos centímetros,
hizo que eso dejara de importarme.

Me saludó
como si nos hubiéramos conocido hace mucho tiempo,
aunque la verdad es que era así.
No hace falta intercambiar palabras para conocer a alguien,
basta sentirlo,
basta vivirlo…

Yo le sonreí,
con la sonrisa más pura;
y ella me devolvió la pureza,
o la sonrisa…

Me dijo que me había visto desde el otro lado de la calle
y que no pudo evitar venir a saludarme.
“¿Me has estado vigilando?”
Le pregunté sin notar que era yo quien lo hacía.

Su mirada de pánico me alarmó,
pero cuando puse mi mano sobre la suya todo se apagó:
la ansiedad,
el sonido,
el temor,
el dolor,
yo…

Nuestras miradas se sostuvieron por dos largos segundos,
minutos, u horas…
Perdí la noción del tiempo cuando la escuché reírse de mis chistes
e invitarme a un café.

Me confesó que desde hace mucho tiempo deseaba tomar un café conmigo,
y que por más que intentaba animarse para invitarme a uno,
no lograba vencer su timidez.

“¿Timidez?”
Inquirí automáticamente,
y le expliqué de nueve formas diferentes
que ella no podía considerarse tímida…
Sentí paz al poderle expresar lo que sentía…

El café se acabó,
la tardé terminó,
pero nuestra historia continuó.

Me pidió que la acompañara en el camino de vuelta a casa,
y cuando estábamos cerca del metro se desvió,
pues resulta que le gusta caminar por la noche.

Era un sueño hecho realidad,
o una realidad sacada de un sueño:
ella, yo, la noche, el café, las risas…
Ella y yo, dejando los miedos atrás, hechos trizas...

Se sorprendió cuando le dije que también había querido hablarle
y que nunca había podido acercarme a ver su arte por temor a no gustarle.
“¡Estás loca!” fue su respuesta.

Me tomó de la mano para obligarme a caminar más de prisa, 
pues quería retratarme antes de que acabara el día;
y yo la seguí sin chistar,
pues a ella le podría confiar la vida.

Le dije que le había escrito cientos de cartas,
y cuando insistió en querer leerlas,
le recité de uno en uno mis poemas…
Ella calló, yo hablé…
Ella trazó, yo posé…

Una cerveza en el bar de la esquina fue la siguiente excusa.
El sonido de su voz fue el entremés,
nuestras historias de vida el plato fuerte,
y sus labios el postre que siempre deseé.

Haber salido de la cama valió la pena,
y desde entonces cada vez que el despertador suena
mi día comienza.”

Joselyn Brenes
Enero 2017 

No hay comentarios:

Publicar un comentario